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Nanas

Estrecha es la mira por donde nuestro afecto resplandece. Se acota por las muestras inagotables del ego que nos imponemos a nosotras mismas. Todo a nuestro alrededor nos señala y nos insta a que la mirilla se acote y restrinja, hasta que quede aplastada por un puñado de normas que nosotras mismas fortalecemos. Los pequeños destellos de nuestro afecto que en ocasiones logramos ver son palabras de auxilio que nos dan claves para nuestra supervivencia. Vamos viendo poco a poco como el “no somos nada sin las normas” esconde la poderosa verdad de “nos estamos matando con esas normas”. Explicar y explicar una y otra vez el secreto de la felicidad, pero la ignorancia que nos somete por nuestras propias vendas nos impide filtrar la verdad. Nuestra propia verdad, nuestro propio afecto. Asumimos un conjunto de preceptos impositivos sin los cuales pensamos imposible la vida, pero nos retuercen para exprimirnos gota a gota nuestro ser. La caballería de números en suma podría desbaratar y violent

Fuero interno

 Un fuero interno que repica, suave y lento, me susurra. Cierro los ojos y atiendo el latido. A mi izquierda unos tambores reverberan, me hacen vibrar y mis párpados trémulos se alzan. Delante de mí unos hilos ondulantes que se expanden. Un fuero interno que reluce, titila y refleja, me nubla la vista. Me rozo la piel y observo que aumenta mi temperatura. A mi derecha una brisa que me eriza el vello al contraste. Mi boca se abre y exhala repiques de mis cuerdas al viento. Los hilos se enredan entre mis dientes y mi lengua prueba el sabor del reflejo del sol. Me acuclillo mientras los hilos quedan suspendidos arrastrando palabras resguardadas en mi garganta. Me tumbo en la hierba con la nariz rozando el barro entre las hojas. Entonces la brisa me eleva unos centímetros del suelo, mi cuerpo traspasa una fina y húmeda capa, y mi cuerpo queda flotando a tanta distancia del barro que me es imposible discernirlo entre las nubes con tintes cálidos. Extiendo las extremidades todo lo que dan de

Una vez más

S e suprimen las agonías y se conectan las palabras. Acaso ser es la supresión del yo que amenaza con la destrucción a las personas. Querido ser, mi visión acotada por el incesante discurso autómata que cae vanamente en el inconsciente. Un remolino de hojas que mece mi sueño ligero y una brisa despejada me asoma por las rendijas del querer. Abierto el camino, una vez perdida, se encuentran las pistas para volver a encontrarlo. Será quizás la soledad del ego su muerte inminente. Será pues el acompañamiento consciente el empuje necesario al bienestar comprensible. Componiendo los pasos que me llevaron a las rendijas puedo acotar los espacios que me alejan de éstas. Los pozos conectan con otros senderos y se entrelazan con los mismos que generación tras generación recorremos. Es muestra ineludible del dolor común el aciago manifiesto de las voces que acompañan los senderos y mis pies se manchan de sangre que durante siglos ha fluido por nuestros muslos. Anciana amiga la mano que me suje

Temblando de ira

Domingo de descanso con apetecibles lecturas interrumpido.  Una vez más. Otro grito desgarrador de una mujer pidiendo auxilio, la está golpeando y arrastrando a lo que supuestamente es un hogar. Mientras, la criatura que nació de su vientre llora desconsolada. Las vecinas se asoman con preocupación e impotencia. Yo soy una de ellas. Escucho a los hombres hablar. “¿Qué puerta es que estoy llamando a la policía?”; “Vaya hijo de puta, la va a matar”; “¡Ye Paco!  ¿Cómo estás?”. Encogida en mi balcón me quedo inmóvil mirando el patio de luces y, sobre todo, el balcón de la mujer. Me viene el recuerdo de uno de los hombres que habla y una mujer que había pedido auxilio en su balcón hacía unos meses porque la retenía en su casa. Otro recuerdo. Esta vez muchos, pues la voz del hombre más cercano a mí me lleva a los gritos de su mujer cansada acusándolo se ser un borracho que gasta todo el dinero y no aporta absolutamente nada en casa. Encogida en mi balcón me quedo temblando de ira. Fdo. La Fi