La cosa no va de culo

         Puedo afirmar con serenidad que sin ti me muero. Y puedo afirmar severamente que siempre te tengo. Piensan que creemos tenerte porque ellos creen que nos manipulan para pensar que es así mientras intentan privarnos de ti. Pero no eres suya, no eres de nadie más que mía, y la tuya, maravillosa lectora, no es más que tuya. Escribo estas líneas sabiendo que lo hago desde una posición privilegiada, donde me intentan privar de ti a unos niveles mucho menores que a la mayoría de las personas del planeta. Entonces ¿Qué puedo hacer contigo? ¿Debo, en sí, hacer algo? Puedo afirmar con fiereza que quiero gozarte o… ¿consumirte? ¡Oh, el Consumo! ¡Maravillosa panacea que nos libra de todos los males que la vida ejerce sobre nosotras y es acompañada de un perfecto y abundante desecho! Pero ¿sabes qué, querida? les sonreiré mientras les enseño cómo consumo algo que ellos no quieren ni que consuma ni, mucho menos, que posea, aunque quieran que crea que sí. Pero esa mierda apestosa que me ponen en las narices, eso que me “regalan”, que me “ofrecen”, que me “venden” o me “permiten” es sólo un abanico de posibilidades limitadas compuestas de mierda eyectada por sus grasientos y peludos culos blancos.

¿Qué es? ¿Qué es? ¡son luces de colores! No, si nos acercamos lo suficiente podemos apreciar que en esos culos sólo prospera enfermedad y quieren, de forma muy amable, respetuosa y comunitaria (observe aquí mi estimada lectora la ingeniosidad irónica de esta escritora histérica), que nos atragantemos con sus residuos para seguir llenando sus gaznates de… bueno, de más enfermedad ¿qué sino?

Enseñando unos relucientes dientes intentan (y lo consiguen) hipnotizarnos cargados de los más relucientes estudios sobre nosotras y la mierda que nos puede obsesionar y hacernos creer que sólo por medio de esa mierda perfectamente creada podemos alcanzarte. Que te podemos alcanzar, dicen, pero sólo y siempre bajo los términos de esos machos, digo ¡culos!, de esos culos que eyectan mierdas cada vez más personalizadas para despersonalizarnos. Hasta cuando tengo que marcar la casilla de los interminables catpchas asegurando una y otra vez que no soy un robot, veo sus relucientes planes de transformarnos en robots mientras nosotras seguimos dando convencidas a la casilla que asegura que no lo somos.  

Pero bueno, estaba hablando de ti, no de esos culos apestosos y ponzoñosos que intentan absorberte como si de un gran enema te tratases. Ellos, desde luego, tampoco te consumen, pues se privan de ti para satisfacer la obsesión de querer encontrarte privándonos a las demás del resquicio por el que poder verte. Y aun con todos sus esfuerzos repletos de muerte, podemos vislumbrarte, porque estás en cada una de nosotras. ¡Ah, y qué bien se les da distraernos para no vernos! Sin embargo, somos demasiado relucientes para que ninguno de ellos pueda nublarnos totalmente ¡Qué maravilloso es verte! Que me acompañes en todos los viajes y me ayudes a tomar cualquier decisión. Qué increíble es Ser contigo, que seas yo y que yo sea tú y que podamos relucir en las nalgas de esos “importantes” y “respetables” Papis estatales.

Te hablo a ti, tú que acompañas a mi preciada lectora, para que te revuelvas suavemente en su pecho, abarques todo su cuerpo y la sostengas en tus preciosas vibraciones para salir por su voz de manera efervescente cada vez con más fuerza. Mientras, te pido la misma fuerza a ti, mi preciada libertad, para que nos eleves y podamos todas alzarnos sobre ese asfaltado campo de nabos… digo, de culos, y poder defecarnos sobre todos ellos en tu amparo… ¡Oh, Libertad!


Fdo. La Figa Vegana

Chapa y pintura

Entre cigarrillos...

Desconocido abismo

Hambrienta del viento